lunes, 28 de junio de 2010

1 año

Son las 13:45h. A esta hora estábamos en pleno parto, a 30 minutos del nacimiento definitivo. Raquel sufriendo lo que la naturaleza debería haber pensado en hacer de otra manera. Yo abanicándome, con los ojos como platos, el corazón desbocado y las manos frías.

Allí empecé a comprender una de las fuerzas de la naturaleza: el sacrificio de la paternidad y lo alucinante que es sentir como uno está dispuesto a dar toda su vitalidad y fuerza para que una personita aprenda a vivir.

Martina cumple hoy un año y mi condena es no poder estar hoy con ella y con su madre. Da igual, la cercanía no siempre puede ser física y mi satisfacción no se puede medir.

La paternidad alecciona siempre que tengas capacidad de observación. El mundo corre mucho y difícilmente hay un respiro para ello, encima no es lo que nos han enseñado.

De pequeño me contaron la historia de Jesucristo, que lejos de credos y fe, tiene una bonitas enseñanzas. Ahora la entiendo mejor. Cada padre, cada madre, sacrifica hasta el último gramo de fuerza, de su vida, de su sueño... por sus hijos, casi siempre con una sonrisa y lo mejor de todo es que sin esperar nada a cambio. Quizás sin la puesta en escena de esa historia, pero casi.

No hay nada comparable.

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