lunes, 6 de junio de 2011

La democracia debe ir al psicoanalista

Manoseada y llena de tópicos, la calle está pidiendo una ITV concienzuda a nuestra forma de gobernar, a nuestra democracia. O se reinventa o sus achaques propios de décadas pasadas, allá cuando fue puesta en práctica, no están para afrontar lo que viene.

El 15-M me suena a un grito cerca de los tímpanos de los que han engordado su historia en esos pozos de ineficiencia que todo sistema, de cualquier naturaleza, genera. El 15-M es un estado de ánimo.

La democracia, tal como la tenemos ahora, tiene artrosis. Y queda demasiadas veces para jugar al dominó con aquellos entes grandes de cuello blanco (¿se les llama lobbies, no?) a los que no les gustan los cambios.

La democracia tiene depresión. Y no se la va a quitar pintándole una sonrisa de photoshop, por mucho que se empeñen los populistas a los que votamos. No necesita cirujía estética, necesita cirujía funcional.

A la democracia se le suben a la chepa, con ese eterno clima electoral instaurado de espaldas a los votantes. Les nubla la mente y nos abochorna.

Palabras como "participación ciudadana" o "transparencia en la gestión" empiezan a reverberar por todos los rincones. El ciudadano exige que sus políticos abandonen su integrismo ombliguista de ideas preconcebidas, algunas de ellas en la post-revolución industrial. Las fronteras ideológicas son cada vez más difusas, sobre todo como respuesta a muchos de los problemas de una sociedad, la actual, que no sabe cómo será en 15 años. Pregúntenle a los que ahora se forman y no saben para qué.

Los viejos paradigmas están ahí, para aprender de ellos y hacerlos evolucionar. Y si no, basta con mirar cómo éramos hace años y todo lo que hemos conseguido cambiar y mejorar de forma impensable, ¿alguien recuerda que "no hace tanto" las mujeres no podían votar en España?

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