Ayer chupinazo de la fiestas de Plasencia. La ciudad cambia el aroma radicalmente.
He vivido el inicio de las ferias con la ilusión de ver a Martina en medio de las luces, muñecos descosidos y niños hiperactivados.
Y observándola reviví lo que algunas veces ya he sentido: el placer de lo sencillo. Ver cómo se le iluminan los ojos con unas pompas de jabón, con unos fuegos artificiales que no alcanzaba a pronunciar del todo bien, con un "aivón" que le hace su papá o con un globo que pinta con el "boligafo del médico" es una bajada en picado a una realidad que ella acomoda a su inmensa sencillez. Conmovedor.
Estes letras no son aptas para diabéticos, lo se, pero verla aguantar el sueño para ver una y otra vez un tren con una bruja horrorosa a la cabeza es una sensación que no pienso dejar de saborear ni un minuto.
La feria tiene magia, a pesar de ese contraste de vendedores y patera, de aroma nómada, de luces y camiones chatarrosos que te dejan un vacío extraño.
viernes, 10 de junio de 2011
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